Monografía. Propuesta de montaje de tres obras: Artes visuales: Ramona
Montiel (1962-1963. Antonio Berni). Teatro: Las Cautivas.
(2021. Dramaturgia y dirección: Mariano Tenconi Blanco) (Referencia: La
Cautiva. Esteban Echeverría. 1937). Literatura: “La
conciencia del fuego apagó la de la tierra” (1971. Alejandra Pizarnik)
“Si el Atlas aparece como un
trabajo incesante de recomposición del mundo es porque el mundo mismo sufre constantemente
descomposiciones, (…).
Bertolt Brecht decía que la “dislocación del mundo” es el verdadero sujeto del arte”.(Didi
Huberman. 2011)
¿Cuál es la traumática causa material que une a las
mujeres europeas con las indias de barrio y a las locas de portaligas con las
poetas malditas? ¿Qué oculto mensaje como huella a descubrir podemos revelar si
ponemos a jugar la materialidad pegoteada de Ramona Montiel, el fenómeno
escénico de Las Cautivas y un texto en prosa de Alejandra Pizarnik? Diferentes
historias, diferentes tiempos, diferentes memorias bailaran su danza, sin
dejarse sujetar por el detalle. Sin dejar de ser trozo, acontecimiento singular.
Imágenes dialécticas de nuestra historia “matria”.
Didi-Huberman dice que “Entramos a
la obra por la visión, pero lo que nos convoca es la mirada”. Ramona me
mira desde que nació en el ’62 -tiene mi edad y yo la suya-, aunque ella es inmortal. Imagen fijada en nuestro
expediente cultural y en sus distintas representaciones: con traje de novia,
adornos de botón y pelo de paja de escoba, carterita para el revoleo y
colgantes, siempre media y portaligas, a veces encaje. Desde
chica, verla me abría a ese “vacío que nos mira”, que entiendo me concierne y
que, de algún modo, me constituyó. La veo porque la conozco. Los collage de
Berni eran los que más me seducían cuando mi padre me llevaba a ver alguna
exposición del artista. Experiencia inaugural de mundo imaginario que puede
haber funcionado como principio ordenador de mi propio estilo de objeto de
satisfacción. Percepciones que forman parte de mi memoria inconsciente y que
dejaron su huella en mis gustos, en mis posteriores identificaciones, de eso no
hay duda. Ramona lleva las ligas y el desenfado que después usé. Ícono
de los personajes que habitaban los conventillos de mi barrio de infancia, La
Boca, donde mi padre tenía su taller y que siguió presente como una suerte de
“omnivoyer” que todo lo ve. Fantasía de autor que nos mira desde todas partes y
que se desplazó más tarde hacia los travestis del Parakultural que muchas veces
recitaban a Pizarnik (que como yo, nació en Avellaneda). También en La Boca vi Las
Cautivas, en el Teatro de la Rivera (fundación de otro pintor, Quinquela
Martín) y reconocí en esa India y en esa francesita los fragmentos de una
historia personal -imposible de revelar- que se recortó del fondo de la ficción
y saltó a mi vista como un punctum para punzar directo en mi inconsciente. Por
todo esto las pongo a bailar, para ver qué tienen para decirme.
Empecemos por la descripción
Collage de Ramona
Montiel, pedazos de tela que funcionan como signos de vestidos, restos de
matrices de chapa industrial como basura, papel arrugado como piernas o caras;
combinado de bloques de color, materia y textura. Todos trozos y cortajeos. Fenómeno
indiciario de una memoria inconsciente que es evidencia, pero, sobre todo
enigma. Materialidad presente que se reconoce a primera vista, son signo de
objeto, significante de significado: es el barrio, la fábrica, la clase
trabajadora, el conventillo de chapa, los pobres, el resto, el deshecho. Imágenes que
aparecen deformadas, extrañadas, vistas como desde un inconsciente óptico que
es la mirada del artista, liberadas de codificación unívoca, polisémicas. Imagen
dialéctica que se apropia de diferentes materialidades para iluminar el
presente y construir una nueva constelación de sentido. Ramona, puro
Eros, con Thanatos que mira desde los rincones. Ojos como tetas. Tetas como
ojos. Fórmula patética que deviene y decanta en
nuevas formas. Ramona cabecita negra, marginada, desechada. La
materialidad de la representación pone en evidencia la perspectiva del artista
y también la fractura; universo alienado, otredad que busca recortarse del
fondo que re-presenta el puerto, que veo por lo que no
veo, que miro porque lo habito, porque tengo la experiencia corpórea de ese
espacio. En una esquina del cuadro, la chapita de Pepsi-Cola, chapita
mercancía, fetiche, suerte de desplazamiento de Ramona, lugar secundario
para asunto principal, metonimia. Ramona, mujer objeto, máscara, fachada
de condensación, como en un sueño, metáfora de objeto que se vende por pocos
pesos.
Las Cautivas, es un poema teatral creado a partir de una
obra del patrimonio histórico cultural argentino. Intertextualidad recargada de
anacronía y humor, hecha de fragmentos. Saltos temporales que hilvanan escenas separadas
que alternativamente dan voz a una y otra mujer: Celine, francesita que llegó
en barco y que, como Ramona, también tiene traje de novia, aunque no
llegue a casarse, pero sí a enamorarse de una mujer que es su salvación:
Rosalila, la India heroína nativa y pasional, que la rescata y la posee. Ambas
parecieran encontrar su objeto de satisfacción, aunque no haya sido el
imaginado. Tetas como ojos. Ojos como tetas. Sueño diurno del poeta, pulsión
sexual sublimada. Teatro épico, alienado, de rima disyunta, que repele la
linealidad narrativa, que construye el discurso como signo de un decir teatral
a través de monólogos a público, sin cuarta pared, para poner en evidencia la
construcción, la ficción. Teatro de una poética que remite al pasado, por
desplazamiento, que convoca a su referente histórico, pero deformado, dislocado.
Y también, supremacía de signos icónicos que construyen la realidad escénica: roca
de cartón; telón pintado; iluminación artificial que muestra el pasar del
tiempo; construcciones de realidad representada, cabalgatas a caballo que son
pura acción evocada, cuerpo en el espacio, rítmico fenómeno indicial. Un
espacio otro de un tiempo lejano, representación decimonónica que convive con
signos de actualidad: vestuarios que refieren a la historia, pero con colores
estallados hasta verse fluorescentes, mercancías de cotillón. Además, la
anacronía: actualización de una relación entre dos del mismo sexo que suena a
teoría de género, a tiempos posmodernos. Eros y Thanatos a la manera de Apolo y
Dioniso, pares complementarios y contradictorios que se disolverán en la pampa
abierta, como en un sueño.
La
conciencia del fuego apagó la de la tierra, dice Alejandra Pizarnik: prosa poética, pulsión desgarrada, también
aquí sublimada. Sujeto enunciador que desde el presente recorre su pasado que
ya no es. “Ya no es eficaz para mí el lenguaje que heredé de unos extraños.”
Poeta que se narra como extraña, “Tan extranjera, tan sin patria, sin lengua natal”
que se siente incapaz de decir algo, al mismo tiempo que lo dice. Sujeto del
inconsciente que toma posición en el mundo, aunque aparezca como síntoma, como
trozo, pura potencialidad que exige mirar, pero difícilmente se pueda nombrar. Es
en su caos interior que las palabras no se acomodan. Al mismo tiempo que,
pareciera ser un fluir de la conciencia sin intervención de la razón, como
asociación libre sujeta a un desgarro que se percibe detrás de las palabras,
como una latencia. Intencionalidad que busca denodadamente salir a la luz. La
presencia dolorosa del vacío, de esa “red de agujeros” que no puede terminar de
llenar, objeto de satisfacción para siempre perdido. Todo suena a despedida.
Voz que podría ser la de Ramona, como un monólogo interior; voz que
podría ser la de Rosalila que sufre su amor por Celine; voz de “conciencia del
fuego que apagó la tierra”. Eros y Thanatos pulsando por el predominio.
Pesadilla diurna. La poeta nos “soborna” con el placer formal de la lectura al
mismo tiempo que nos mira y nos obliga a ver nuestra propia vulnerabilidad.
Palabras o frases como conciencia; place o disgusta; fantasmas de las
apariencias; lenguaje eficaz; lengua natal; red de agujeros, que aparecen
como trozos, como síntomas que son huella de una historia, imposible de revelar
con significado unívoco, en tanto traumáticas causas materiales, semiosis ilimitada,
ideas latentes que necesitan ser analizadas, que dicen más de una cosa y así al
infinito. La repetición insistente del deíctico “yo” muestra la importancia del
sujeto de la enunciación. “Yo hablo desde mí, si bien mi herida no dejará de
coincidir con la de alguna otra supliciada que algún día me leerá con fervor”. Como
ahora la estamos leyendo.
La Historia enlaza
las tres obras: historia del barrio, del inmigrante napolitano que llega en los
barcos y comparte la lengua y el lenguaje con el colonizador y con la poeta. Inmigrantes de la Boca que nos miran desde el fondo de una ausencia
de un país lejano. Una madre patria a la que jamás volvieron, que quedó perdida
para siempre, como un deseo reprimido, pero que siempre retorna, aunque sea
como herencia, como red de agujeros (… “y era nuestra herencia una red de agujeros” dice la voz de Alejandra),
de vacíos, de ausencias imposibles de llenar, de
alucinaciones. Tiempo anacrónico
que enlaza esas historias para contar otras. Diferentes tiempos pasados: siglo
XV que llega al XIX y que se desplaza por el XX y alcanza el XXI. Tiempo de
colonizadores, memoria de literatura nacional, reflejos de vanguardia de
posguerra, textualidad poética dislocada. Tiempos de convulsión política y
social que parecen no terminar hasta el presente, donde se vuelve a contar el
desgarro de la colonización ahora como neocolonialismo, para hacerlo dar un
giro en el aire y renovar el espíritu de lucha. Memoria del inconsciente que
nos atraviesa y nos constituye, que mantiene sus huellas como inscripciones de
experiencias trazadas unas sobre otras. Las cautivas
dialectiza pasado y presente: poesía gauchesca de
tradición nacional y fragmentación brechtiana, vanguardia europea de posguerra
a lo Grete Stern y colorinche carnavalesco del Río de la Plata. Guerra de
Independencia que vibra en la memoria y se reprime. Hasta que retorna como
imagen de Ramona, aturdida por voces de inmigrantes en el conventillo,
quien pelea su propia guerra mientras un monólogo interior resuena con la voz
de Alejandra. Imagen dialéctica de Ramona que mira con ojos de Pizarnik,
como una mancha en el cuadro. Yuxtaposición de tiempo y espacio, como en los
sueños, figurabilidad deformada, que no describe ni representa. Espacio mítico,
alucinado, donde hacen su juego Las Cautivas, Ramona y la voz de la
enunciación de la poeta maldita.
“Todo es un interior. Por tanto, el poema es incapaz de aludir hasta las
sombras más visibles y menos traidoras.” La fuerza impulsora del artista está
en sus mismos conflictos, nos dice Freud; en esa zona de latencia, de ese algo
que se esconde, el enigma que hay que desentrañar o elaborar a través del sueño.
Fantasías como deseos reprimidos que llegan a la obra transformadas para
mitigar lo repulsivo de sus deseos. Es la pulsión de muerte del artista que
podemos encontrar tanto en la obra de Alejandra, como en la de Tenconi Blanco o
en la de Berni que tensiona con la de la supervivencia. Pulsión afortunadamente
sublimada en sus obras y que también encontramos en los frutos de sus fantasías
que son sus personajes, su parte manifiesta; tanto en Ramona, como en
Celine y en Rosalila y hasta en la propia voz de la enunciación en la prosa de
Pizarnik, como vehículo para liberar los instintos y procurarnos satisfacción.
A nosotros espectadores y a ellos, artistas. Personajes y voz que emergen en
las obras como traumática causa material. “Yo hablo desde mí -dice la voz de la
enunciación en La conciencia del fuego-, si bien mi herida no dejará de
coincidir con la de alguna otra supliciada que algún día me leerá con fervor
por haber logrado, yo, decir que no puedo decir nada”. Aunque sí pudo decir y mucho,
porque nosotras y nosotros la oímos.
Finalmente
Un montaje es un modo de
re configurar el orden de las cosas para
descubrir nuevas analogías, nuevos trayectos de pensamiento. Según Warburg, un Pathosformel es, literalmente,
una fórmula patética, configuración de formas que tiene un carácter productor
de sentido en el plano sensible y en el inteligible. Así es como tratamos de
comprender lo oculto. Modificar el
orden para que las imágenes tomen una posición, mientras nosotros buscamos la
nuestra. Tenemos aquí tres obras sobre mujeres
protagonistas, Ramona, Las Cautivas y la voz del inconsciente de
Alejandra Pizarnik. Montaje de imágenes heterogéneas, construido a partir del espacio,
el tiempo, la historia, el lenguaje, la memoria y, sobre todo, con los cuerpos.
Cuerpos dañados y vencedores; cuerpos que sufren dolor, pero crean vida.
Figurabilidad deforme de cuerpos entrelazados, mujeres fálicas, travestidas, putas,
secuestradas y deseadas. Suicidadas y siemprevivas. Pandemónium de imagen,
sonido e interpretación. Memoria inconsciente del abuso de quien se resiste a
ser víctima. Mujeres desplazadas por desplazamientos como metonimias. Porque
también son Indias, a veces afrancesadas, blancas como novias, a veces más
rotas, cortajeadas, casi siempre, trozo
que permanece problemático. Es lucha femenina y
feminista, ayer, como hoy, como marca mnémica del inconsciente de cada mujer de
esta tierra. Figura deformada de texto que es acción teatral y materia
pictórica, como entrelazado de imagen, lenguaje y singularidad. Espejo donde intento
componer una imagen entera de mí misma.
En mi montaje aparecen tres tiempos
de fantasía histórica: el juego, el baile y un pasado de mascaradas carnavalescas
que me rodeaban, de representaciones teatrales, visuales, literarias,
musicales, restos del pasado en el presente, que van a ser futuro. Tiempos heterogéneos, citas del pasado como
recuerdos inconscientes que se actualizan en un presente de satisfacción de sueño infantil, de realización de deseo trivial y
de otros incoherentes, aterrorizadores, pesadillescos. Un juego permanente con
el arte, comprometido, tomado en serio, desde niña, como los niños. Pulsión
sublimada. Transformación de un
estado emocional que procura placer al convertirlo en juego de la fantasía
poética. Emociones dolorosas transformadas por el Arte, en fuente de placer
para el auditorio.
Genealogía construida por
irrupciones contingentes, anacronía de un bucle temporal que se actualiza en el
presente. Memoria de cautiva liberada, como otras mujeres de mi generación. Mujeres
de nuestra historia y nuestra cultura, heroínas maltratadas y desafiantes del
poder que buscan una salida o luchan por encontrarla. Mujeres que remiten a
otras locas de nuestra historia cultural: las de la Plaza; a otras Indias: las
de los barrios populares; a otras putas: las Evita de la vida. Colonización
como apropiación originaria; conciencia plena de que no es posible
descolonizarse sin despatriarcarse, “conciencia de fuego que apagó la de la
tierra”. Mujeres del siglo XXI trayendo al presente el estupro de la colonia
para mostrar el daño y la liberación, pasando por los gloriosos sesentas, con
sus neovanguardias y su juego de cortajeo de materia, con su cartón y su tela
pegoteada, su puntilla, la media calada y las ligas, los adornos flúo, las
palabras no dichas, los ojos como tetas, maternas y de las otras, en definitiva,
la materia como traumática causa. Fragmentos de ideas
latentes que se entremezclan en una elaboración imaginaria y que se podrían
desentrañar en una interpretación, que lleve a otra y a otra. Síntoma de lo visual, huellas de misterio que trascienden la
iconografía de una India, una francesa, una Puta y una Poeta Maldita.
Pero no sé, el montaje me trajo
otras preguntas que no esperaba. Necesitaré Tiempo, Historia y Memoria para
responderlas. Incluso, para formularlas.
(Psicología del Arte. UBA Artes. Filo. Bs. As. 2024. Profesoras: Teóricos: Mg. Débora Mauas. Prácticos: Lic. María Victoria Ramos)